El mundo laboral atraviesa una transformación silenciosa pero profunda: los trabajadores ya no reclaman únicamente un salario justo o estabilidad contractual. Exigen algo más difícil de medir y, sin embargo, esencial para la sostenibilidad de las empresas: salud psicosocial, reconocimiento y propósito.
Así lo expuso Leandro Capece durante el webinar “Gestión de riesgos psicosociales con ISO 45003. Herramientas prácticas y rol del líder”, organizado por la Asociación Peruana de Seguridad, Salud y Medio Ambiente-ASOPESMA, en el que alertó sobre los retos que afrontan las compañías ante la creciente demanda de bienestar laboral.
Entre la prevención y el desgaste
En España, esta demanda coincide con un repunte del absentismo que ha encendido las alarmas en sectores públicos y privados. Sin embargo, el debate se centra todavía en aspectos superficiales —como la supuesta facilidad con la que los médicos conceden bajas— y rara vez aborda la raíz del problema: la gestión interna de las organizaciones.
La Ley de Prevención de Riesgos Laborales española establece desde hace décadas que las empresas deben evaluar todos los riesgos que afectan a sus empleados, incluidos los psicosociales. En 2021, la Inspección de Trabajo emitió un criterio recordatorio que buscaba impulsar estas evaluaciones. El resultado, sin embargo, fue ambiguo: algunas compañías reaccionaron con auténtico pánico, externalizando los diagnósticos sin asumir su responsabilidad, relató Capece.
Los ejemplos son reveladores. En instituciones penitenciarias, una enfermera llegó a atender a 1.200 internos. En ayuntamientos, las jubilaciones se cubren con sobrecarga para quienes permanecen. Y en la empresa privada, no son infrecuentes los casos de acoso, restricciones absurdas a la comunicación entre compañeros o represalias contra mujeres tras una baja por maternidad. Todo ello genera un terreno abonado para el desgaste profesional (burnout), con efectos directos en la productividad y la salud mental.
Bienestar y productividad: vínculo probado
Frente a la visión cortoplacista, estudios académicos de la Universitat Oberta de Catalunya y de la Universidad de Oxford han demostrado que invertir en bienestar genera incrementos de hasta el 13 % en la productividad. Lo confirma también la experiencia de empresas que han ensayado la jornada laboral de cuatro días, con mejoras simultáneas en rendimiento y satisfacción.
El modelo de “demandas y recursos laborales”, desarrollado por Bakker y Demerouti, ofrece una clave interpretativa. Según esta teoría, las exigencias de un puesto —cargas físicas, cognitivas o emocionales— deben equilibrarse con recursos proporcionados tanto por la organización (apoyo, autonomía, retroalimentación) como por el propio trabajador (resiliencia, inteligencia emocional). Si la balanza se inclina hacia las demandas, aparece el desgaste; si predomina el apoyo, florece el compromiso.
Entre la fruta gratis y el liderazgo real
El desafío para las empresas es pasar de las medidas cosméticas —cestas de fruta, talleres de yoga, cursos exprés de mindfulness— a intervenciones estructurales. Estas deben incluir desde un dimensionamiento adecuado de plantillas hasta políticas de reconocimiento, formación continua y procesos claros de promoción.
La norma internacional ISO 45003, recordó Capece, ofrece un marco de referencia: desde la evaluación de riesgos psicosociales hasta la rehabilitación y reinserción tras una baja prolongada. Su aplicación exige competencias específicas no solo en los departamentos de prevención, sino también en la dirección y en los mandos intermedios.
El papel del jefe, de hecho, resulta decisivo. Un liderazgo basado en la empatía, la comunicación y la resolución de conflictos puede convertirse en el mejor “termómetro” del clima laboral. Lo contrario —un mando autoritario o incompetente— multiplica las probabilidades de baja médica y rotación.
Cambio cultural pendiente
El reto, en última instancia, es cultural. Requiere que las organizaciones dejen de trasladar el problema al individuo —con diagnósticos médicos y tratamientos paliativos— y asuman su cuota de responsabilidad. Implica reconocer que la productividad sostenible se logra no solo evitando riesgos, sino creando entornos de trabajo donde las personas encuentren propósito y desarrollo.
El absentismo, tan discutido hoy en España, no debería leerse como un mero coste económico. Es, más bien, un síntoma de que las empresas aún no han entendido que el bienestar de sus trabajadores no es un lujo, sino una condición básica para competir en un mercado globalizado.
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