El informe «Las Mujeres en la Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas en América Latina y el Caribe», elaborado por ONU Mujeres, señala que hubo avances significativos en la presencia de mujeres en el sector industrial y el desarrollo tecnológico, pero aún existe una brecha considerable. Tan solo el 3 por ciento de los premios Nobel en ciencias han sido otorgados a mujeres.
En América Latina, el panorama es un poco más alentador, ya que el 45 por ciento de los estudiantes en ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas son mujeres. Sin embargo, la cifra se reduce a medida que se avanza en niveles de especialización y desarrollo profesional en el campo.
Por esta razón, se celebra el Día Internacional de la Mujer Ingeniera para fomentar el desarrollo de las mujeres en los sectores de tecnología e investigación, y reconocer el trabajo que han realizado. La fecha se originó en 2014 con motivo del 95 aniversario de la Women’s Engineering Society, con el objetivo de destacar y reconocer a las mujeres que pertenecen a este sector.
Cuando hablamos de una mujer que dejó un gran legado en el campo de la investigación y la ingeniería, debemos mencionar a Stephanie Kwolek, ingeniera química que, mientras trabajaba en DuPont, logró desarrollar una fibra de arámida que ha salvado miles de vidas durante más de 50 años: el Kevlar.
La fibra de alta resistencia se utiliza principalmente en equipos de protección personal, como chalecos antibalas y cascos balísticos, pero también encuentra aplicaciones en diversos campos industriales, debido a su resistencia y maleabilidad, como en las telecomunicaciones, la construcción, la movilidad y el desarrollo de tecnología aeroespacial.
El objetivo de Kwolek era inventar una fibra más resistente que el nylon, y después de varios experimentos y pruebas, logró crear en 1985 el poliparafenileno tereftalamida, un compuesto incluso más resistente que el acero y mucho más ligero. DuPont comenzó a comercializar el Kevlar en 1972, y este material tiene actualmente más de 200 aplicaciones.
Su invención le valió diversos reconocimientos, incluyendo su ingreso al Salón Nacional de la Fama de Inventores en 1994.
A lo largo de su vida, Stephanie se convirtió en un ejemplo a seguir para ingenieras y estudiantes del campo. Siempre buscó motivar a las mujeres a alcanzar sus metas y alentarlas a especializarse en disciplinas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), áreas que antes eran elegidas principalmente por hombres.
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